«No come, no duerme, no me hace caso, llora mucho, se porta mal, no se queda quieto”…son comentarios muy frecuentes en una consulta pediátrica. Son observaciones que surgen de padres con hijos de cualquier edad, desde recién nacidos hasta adolescentes. Lo primero que hacemos los médicos es buscar patologías orgánicas. Esta búsqueda apasionante y compleja, comienza descartando enfermedad específicas. Descartado esto, pasamos al segundo escalón. Y acá la cosa se pone interesante.
Para entender por qué un niño, o un adolescente (o cualquier persona) hace lo que hace tenemos que entenderlo, empatizar.
Ya sabemos que intentar solucionar las consecuencias sin conocer las causas es un problema frecuente y un error habitual que cometemos las personas. Para no caer en esa trampa es necesario ser empáticos. El médico debe ponerse en el lugar de los padres, entender cual es el miedo, la angustia y preocupación que traen y después, lograr que los padres empaticen con sus hijos. Pregunatale a tu hijo por qué no quiere comer o llora o no se queda quieto.
Es chiquito y no habla, empatizá. Es un adolescente enojón, empatizá. Siempre ponete por un momento en su lugar y pensá qué le está pasando, qué está diciendo con esa actitud. Te doy un ejemplo que veo seguido: “no come” dice alguno de los padres. El bebé es pura energía, sonríe, aumento bien de peso…no come o no come lo que YO quiero? Ponete en su lugar, comió lo que el cuerpo le pedía, está satisfecho, no quiere más pero vos insistís…si vos fueras el niño, querrías seguir comiendo?
Dicho así parece fácil, porque es fácil. Rompamos nuestros paradigmas, escuchemos a nuestros hijos que seguro, algo tienen para decirnos.