Hace unos años participé en la maratón de Buenos Aires. Llegando al km 30 (estaba más muerto que vivo) la organización de la carrera nos ofrecía a los corredores, pedazos de naranja y banana para recuperar energía.
Medio desesperado manotee un par de gajos de naranja y de pedazos de banana.
Mientras corría y comía una de las porciones de banana se me escurrió de entre las manos, e insensible a mi sufrimiento, cayó, pego en la zapatilla y rodó unos metros por el sucio pavimento de la avenida 9 de Julio.
Mi mente dijo “paciencia, ese pedazo de fruta sucio no lo podés comer”, pero mi cuerpo frenó, retrocedió unos pasos y de un bocado digno de la película “Tiburón” , acabo con la rebelde y escurridiza fruta.
Claramente mi cuerpo necesitaba esas calorías y mi sistema inmune estaba preparado para el desafió.
¿Y saben por qué?
Porque durante mi infancia jugué en la plaza, en el jardín y en el colegio con otros niños enfermos y moqueando. Porque compartimos galletitas, alfajores y sandwiches mordidos y también miles de picos de botellas que pasaban de boca en boca.
Así se hace la inmunidad (más las benditas y salvadores vacunas, obvio!) y así se va a hacer la inmunidad de tu hijo.
Hay algunos trabajos científicos que dicen que los niños expuestos a inmunización natural se enferman mucho menos de adultos que los que estuvieron en la “cajita de cristal”.
Cuando volvamos a la vida normal, porque vamos a volver, que tu hijo disfrute y sea feliz y que se prepare inmunológicamente para cuando sea más grande.❤️